Ese tirabuzón, rizo, o
incluso tal vez una espiral de humo castaño, que vi despreciado en el suelo…
Aquel cordón que
tiraba de un carro de bebé, y tú a la vez tirabas del cordón.
Tu sonrisa inocente,
testaruda, delicada, pura, traviesa e imborrable que empequeñecía cualquier
cosa a su paso, cada paso que daba, que era una
pisada tuya, casi
imperceptible, pero demasiado grande para ti.
Mil miradas posadas en
ti, que no todas eran positivas, pero que tú no te percatabas de ello… Y ahora,
pequeña mía, todavía, aunque seas muy mayor, sigues sin darte cuenta de las
cosas, al igual que su valor, y no es del todo malo, al contrario, es propio de
tu edad. Y ahora, y en estos momentos no haber cambiado prácticamente nada, que
ahora, en estos momentos, únicamente la experiencia te va transformando.
Salvaje. Mi enana. Te
intentamos encerrar en una caja de muñecas, para que vivas feliz y no sufras
nunca, pero es inevitable… El tiempo arrasa por donde va, y sí, también pasa
por nosotros… Nos deja huellas, marcas que solo con este nos damos cuenta, ¿curioso
eh? Y este te cambia, interior y exteriormente. Y si intentas revelarte contra
él, entonces no dejas que la vida siga su ritmo. Ya ves, tienes que dejar que
todo esto continúe.
Fíjate que hoy comencé
a escribir esto y sin darme cuenta… Te estaba describiendo. Como dije antes,
curioso, curiosísimo (como dice Alicia).
Sabía que llegaría el momento adecuado para hacerlo, ya que si fuerzas las
cosas… no salen bien, y creo que esto no ha salido del todo mal. Eres todo un
mundo ratita, y aunque me esfuerce nunca podré describirte entera. Pero ni a ti
ni a nadie. Dicen que nunca se conoce del todo a alguien… Así que lo dejemos
así. Por hoy.
Sé feliz y vive.
Para ti, hermana,
porque nunca dejemos de soportarnos mutuamente y lo que conlleva ello.